Conociéndole (parte 1)
Hace aproximadamente diez años que le conocí.
Al principio me preguntaba porque me prestó de su atención.
Porque fijarse en mí, que podría haber visto de bueno o interesante como para distraer su tiempo en un perdedor como yo.
Como alguien tan importante, tan inmenso podría haberse detenido siquiera a escucharme.
A escucharme sí… yo lo busque. Son pocos los que le buscan sin estar muy desesperados, y yo estaba realmente desesperado.
El hecho es que me angustie hasta las lágrimas, y clame a Él con todas mis fuerzas, desde mis entrañas le grite, pero cuando se me presento desconfié.
Me llevo bastante tiempo entender y creer que sí que Él me conocía, que había estado todo el tiempo atento a lo que yo hacía, escuchándome, viendo como me caía una y otra vez en las vanidades de la vida de este mundo. Me asusto darme cuenta, no solo que me conocía y que también me amaba, sino que me amaba tal cual me conocía. Y ahí… creí.
Y muchos venían en el nombre de conocerlo desde hacía mucho más tiempo, o de tener mayor crecimiento y me decían tienes que cambiar esto o aquello.
Y yo me esforzaba y ponía toda mi voluntad pero no cambiaba nada, después entendí de que no era con mis fuerzas, de que El nos trata en forma individual, de que somos su obra, solo tienes que dejarte modelar mansamente.
¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel. (Jer. 18:6)
Él me enseño dos cosas que parecen simples, pero no siempre son tan fáciles de entender y menos todavía llevarlas a cabo. Amor y perdón.
Siempre me pregunte cual de los dos sentimientos fue el primero que motivó su corazón.
¿Nos perdono para amarnos? ó ¿Por amarnos nos perdono?
M.R.V.
Hace aproximadamente diez años que le conocí.
Al principio me preguntaba porque me prestó de su atención.
Porque fijarse en mí, que podría haber visto de bueno o interesante como para distraer su tiempo en un perdedor como yo.
Como alguien tan importante, tan inmenso podría haberse detenido siquiera a escucharme.
A escucharme sí… yo lo busque. Son pocos los que le buscan sin estar muy desesperados, y yo estaba realmente desesperado.
El hecho es que me angustie hasta las lágrimas, y clame a Él con todas mis fuerzas, desde mis entrañas le grite, pero cuando se me presento desconfié.
Me llevo bastante tiempo entender y creer que sí que Él me conocía, que había estado todo el tiempo atento a lo que yo hacía, escuchándome, viendo como me caía una y otra vez en las vanidades de la vida de este mundo. Me asusto darme cuenta, no solo que me conocía y que también me amaba, sino que me amaba tal cual me conocía. Y ahí… creí.
Y muchos venían en el nombre de conocerlo desde hacía mucho más tiempo, o de tener mayor crecimiento y me decían tienes que cambiar esto o aquello.
Y yo me esforzaba y ponía toda mi voluntad pero no cambiaba nada, después entendí de que no era con mis fuerzas, de que El nos trata en forma individual, de que somos su obra, solo tienes que dejarte modelar mansamente.
¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel. (Jer. 18:6)
Él me enseño dos cosas que parecen simples, pero no siempre son tan fáciles de entender y menos todavía llevarlas a cabo. Amor y perdón.
Siempre me pregunte cual de los dos sentimientos fue el primero que motivó su corazón.
¿Nos perdono para amarnos? ó ¿Por amarnos nos perdono?
M.R.V.
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