PIRINDICUELA (cuento sobre el
orgullo)
Pirindicuela estaba muy orgullosa de haber conseguido el
título de Miss Libélula en el concurso de belleza y de convertirse en la
libélula más bonita del río.
Volaba
y volaba sin parar de un lado a otro para que todos vieran sus preciosas alas
de color azul metalizado con reflejos verdes, que habían provocado la
admiración del jurado.
Cuando se cansó de volar, se posó sobre la hoja de un
árbol y vio que el castor Serafín se acercaba nadando:
No
sé qué tienes tú que no tengan las otras libélulas – le dijo muy serio el
castor.
-
¡Mírame bien! – y Pirindicuela dio vueltas a su alrededor para que la admirara.
-
Pues yo te veo igual que las demás – le contestó él.
No
es verdad, Serafín. Mis alas brillan más y son muy originales con esos reflejos
verdes. Mis antenas son finas, mi cuerpo es esbelto y mi cara es preciosa.
Según dijo el jurado: “No hay en el río libélula más bonita que yo”.
El castor Serafín se alejó de ella y, tumbándose boca
arriba en el agua, se dijo: “¡Qué se habrá creído esta minúscula libélula!
¡Piensa que es la más hermosa del río!
Después
de un breve descanso, Pirindicuela comenzó de nuevo su vuelo de exhibición, y
fue entonces cuando la rana Catalina se le acercó llena de curiosidad a
preguntarle:
-
Oye, Pirindicuela, he oído que has ganado un concurso de belleza. ¿Para qué
sirven esos concursos? Entre las ranas no existen.
-
Sirven para demostrar a las otras libélulas que yo soy la más guapa.
¿Y
para qué necesitas demostrarlo?
-
Para que todas lo sepan, por si no se han dado cuenta.
-
Pues a mí las libélulas me parecéis unas criaturas preciosas y elegantes, pero
no veo mucha diferencia entre tú y las demás.
Porque
no eres buena observadora, Catalina – le respondió Pirindicuela muy ofendida.
-
Puede ser, pero entre las ranas no necesitamos compararnos.
Sabemos que todas somos diferentes y cantamos de forma
distinta, aunque, para un mal observador, todas parecemos iguales.
¡Qué
raros sois las ranas y los castores! –dijo dándole la espalda.
Pero
mientras hablaba con la rana Catalina, Pirindicuela se dio cuenta de que
alguien la estaba observando desde la orilla del río. Voló hacía allí y se
encontró con un enano sentado encima de una piedra que la miraba sonriendo.
-
Pirindicuela, te estaba escuchando y quiero hacerte unas preguntas –le dijo.
Muy
bien, pero antes dime: ¿te parezco hermosa? – le preguntó volando a su
alrededor.
El enano
no contestó, pues no le parecía el momento adecuado.
-
Pirindicuela, ¿quién crees que es el animal más habilidoso del río?
-
El castor Serafín, sin duda. Sabe construir casas con palos y ramas. Yo no sé
cómo lo hace, pero le quedan preciosas.
Pirindicuela,
¿quién crees que es el animal que mejor canta en el río?
-
La rana Catalina, sin duda. Al atardecer me gusta oír canciones: tiene un
repertorio de lo más variado y canta maravillosamente.
-
Pirindicuela, ¿quién es el animal que nada más rápido?
-
Los pequeños peces plateados, por supuesto. Los estás mirando y, de repente,
desaparecen de tu visa en un abrir y cerrar de ojos.
-
Pirindicuela, y de todos los animales que hay en el río, ¿quién te parece más
hermoso?
-
Me gusta mucho el Martín pescador: sus colores son preciosos y vuela con mucha
gracia.
-
¿Y el animal más útil?
Pirindicuela
se quedó callada: no sabía la respuesta a esa pregunta.
-
Cada uno de los animales del río cumple una función y, si alguno desaparece, el
río no será el mismo. Todos sirven para algo y no necesitan compararse unos con
otros.
-
Cada uno tiene su belleza y cada uno tiene su nombre. Por cierto, el tuyo,
Pirindicuela, es bonito y muy original. Tú eres única y a mí me pareces una
criatura preciosa. No veo por qué necesitas presentarte a un concurso de
belleza.
Pirindicuela
se quedó muy pensativa: nadie antes le había dicho esas cosas, nadie la había
hecho esas preguntas, nadie le había hecho pensar así.
-
Pero, ¿de veras te gusto? – le preguntó al enano.
-
Sí, Pirindicuela, de ti me gustan unas cosas; de la rana Catalina me gustan
otras; del castor Serafín, otras; y del Martín pescador, otras. Bueno, ya hemos
hablado bastante por hoy- Ahora me voy a dar un paseo. Adiós.
Pirindicuela
se quedó mirándolo y le preguntó antes de que se marchara:
-
Por cierto, ¿cuál es tu nombre? Tú también me pareces muy guapo e inteligente.
-
Me llaman “Diminuto” – respondió mientras se alejaba.
Le pareció un nombre muy adecuado para él, porque el enano
era muy pequeño. “Pequeño en estatura, pero grande en sabiduría”-, pensó ella.
La libélula Pirindicuela levantó el vuelo y decidió dar
un paseo a lo largo y ancho del río. Pero esta vez ya no pretendía que todos la
admiraran al verla pasar. Simplemente quería visitar a sus vecinos: al castor
Serafín, el gran constructor de casas; a la gran cantante, la rana Catalina; y
al ágil y hermoso Martín pescador.
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